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Boletin ICCI ARY-Rimay
Boletín ICCI-ARY Rimay, Año 10, No. 117, Diciembre del 2008

La tierra como espacio de producción

Roberto Beltrán*

La forma de propiedad feudal de la tierra devino en la forma de propiedad capitalista de la tierra, se establece gracias a la concurrencia libre del capital en la agricultura y las relaciones capitalistas de producción, apareciendo como sujeto productivo, el obrero agrícola, condiciones que representaron para el obrero agrícola antes campesino o indígena, el extrañamiento y desapropiación de la tierra y su dependencia con respecto al capitalista que explota el campo agrícola para obtener de ella una ganancia.

La propiedad sobre la tierra en el capitalismo americano y latinoamericano supone históricamente el monopolio de grandes extensiones de tierra en manos de grupos de familias que por herencia histórica colonial y por herencia republicana se han atribuido por medio del Derecho a disponer de estos territorios, este poder jurídico no es más que el permiso legal del terrateniente para manejar la tierra como cualquier mercancía, premisa capitalista que Marx acoge para analizar la renta de la tierra como parte de la plusvalía que produce la tierra y el capital, análisis que es necesario citar, pues los grandes terratenientes en Latinoamérica han sobrevivido y han acumulado sus grandes fortunas a través de este medio “ la Renta de la tierra”

Para analizar la renta de la tierra debemos ubicar a los sujetos o clase que forman esta rama de la producción: los obreros agrícolas y el capitalista terrateniente. El capitalista terrateniente, es el propietario de la tierra, es quien determina contractualmente las condiciones y los costos que implica usufructuar de su propiedad territorial y del capital que va a ser invertido con el fin de generar plusvalía.

Por consiguiente la renta del suelo, aparece como la forma en que económicamente se valoriza la propiedad territorial, de esta manera la tierra es encubierta bajo la forma de un determinado impuesto en dinero, impuesto que es fijado por el monopolio de ésta y por el capital que se une a ella.

Cuando el capitalista terrateniente decide invertir en el suelo agrícola, lo hace de forma transitoria y de forma permanente, en el segundo caso Marx llama a este capital invertido “ la terre-capital” capital que entra a ser parte del capital fijo de la propiedad territorial, beneficiándose por el mejoramiento de su tierra en condiciones de producción y utilización Tierra-mercancía, su propiedad entonces ha ganado en valor de tierra para el mercado, ahora si el terrateniente decide arrendar su tierra, la renta se la percibe sin mucho esfuerzo, pues esta se la adquiere sin inversión, pues el arrendatario es que estará obligado a invertir en ella, mejorando el suelo agrícola en valor de arrendamiento por lo tanto dándole al terrateniente la oportunidad de incrementar el interés del arriendo de su tierra para el próximo arrendatario o la renovación del contrato del que está arrendando, beneficio que recibe el terrateniente sin costo alguno, razón por la cual tratará de acortar los plazos de arrendamiento. Práctica rentista que en América Latina se ha practicado desde el arrendamiento de parcelas pequeñas a grandes latifundios.

Una vez terminado el contrato de arrendamiento el terrateniente recibe su propiedad mejorada, incrementando constantemente el costo de la renta del suelo y el valor en dinero de sus tierras. Esta forma de relación productiva más temprano que tarde se convierte en una traba para la producción racional de la tierra, conociendo de antemano que el precio de la tierra no tiene valor, pues no es una mercancía producto de trabajo, es un bien natural.

Al hablar del problema indio-territorio en América, tenemos que hacer notar que este ha sido siempre reducido a problemas de educación, pedagogía, etnia y moral, si bien es cierto que estos problemas existen, también es cierto que al reducir el problema del indio a estos aspectos, ha tenido una intencionalidad política económica, pues no nos vamos a conformar con derechos culturales, ni con promesas de amor y cielo, promesas que hablan de un progreso que no queremos, queremos nuestro reconocimiento como sujetos políticos y económicos, es decir queremos reivindicar el derecho a la tierra.

El problema agrario en América india, se presenta ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad. Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen demo-burgués formalmente establecido por la revolución de la independencia. Pero la historia nos ha demostrado que en la república, no ha sido capaz de presentarnos una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista que rompa con el concepto rentario de la tierra. La antigua clase feudal -camuflada o disfrazada de burguesía republicana- ha conservado sus posiciones. La política de desamortización de la propiedad agraria iniciada por la revolución de la Independencia -como una consecuencia lógica de su ideología- no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad. La vieja clase terrateniente no había perdido su predominio, produciendo en la práctica el mantenimiento del latifundio, atentando así con las comunidades indígenas.

Mariátegui, dimensiona en toda su magnitud el problema social, político y administrativo de todas las naciones republicanas creadas a inicios del siglo XIX, contraponiendo como partida revolucionaria la supervivencia de la comunidad y de elementos del socialismo práctico en la agricultura y la vida de los indígenas, donde el indio está subordinado al problema de la tierra, pues el indio es en su mayoría un trabajador agrícola, que tiene como legado ontogenético precisamente lo agrícola, pues nuestros antepasados eran pueblos ligados a la tierra y al pastoreo de animales, donde las industrias y las artes tenían un carácter doméstico rural, prácticas productivas que se vivían sobre la base filosófica de que la vida viene de la tierra, haciendo de la tierra y el hombre un solo acontecer indisoluble. La destrucción de esta economía y por ende de la cultura a partir de la conquista redujo al indio y a su tierra en cosa de explotación máxima, pues el interés del conquistador estaba atravesado por la codicia excesiva por los metales preciosos, estableciendo el sistema de las mitas y el trabajo en trabajo forzado.

Estos antecedentes nos pueden dar un acercamiento a lo que fue y sigue siendo un factor de aniquilamiento del capital humano y de la decadencia de la agricultura. En el régimen agrario colonial, la sustitución de una gran parte de las comunidades agrarias indígenas en latifundios de propiedad individual, a lo largo del tiempo en vez de disminuirse estos feudos han ido concentrando y consolidando el monopolio de la tierra en pocas manos, haciendo de las pequeñas conquistas de la reforma agraria, políticas que constituyen al indio en pequeño propietario rompiendo así su configuración comunitaria. Sin embargo de eso, en las comunidades indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y el trabajo comunitario, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunitario. La comunidad corresponde a este espíritu, es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la comunidad, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla.

El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo individual. Como escribe Castro Pozo: "la costumbre ha quedado reducida a las mingas o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o casa de algún comunero, el quehacer efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de aguardientes de caña, cajetillas de cigarros y mascadas de coca". Estas costumbres han llevado a los indígenas a la práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato individual. No son los individuos aislados los que alquilan su trabajo a un propietario o contratista; son mancomunadamente todos los hombres útiles de la "parcialidad".

Toda esta visión comunitaria de la tierra que aun persiste en las comunidades y en las haciendas donde el indio trabaja como trabajador asalariado, se rompe de generación en generación, pues el Estado permite el arriendo de la tierra, por ende la propiedad de la misma y con ella la producción de riqueza que genera el trabajo del indio o el campesino contratado o arrimado.

Es bueno para los que no creen en la visión de los pueblos indígenas citar a Lock cuando dice: “no acepto en ningún caso la propiedad privada de la tierra, los únicos derechos de propiedad privada legítimos son los que están basados en el trabajo” o lo que dice Henry George, al proponer un impuesto único a la tierra productiva, dado que ningún individuo había "producido" la tierra esta es propiedad de la comunidad, de todos los hombres.

Cito estos pensamientos para reafirmar que la tierra no es una mercancía, es parte indivisible de la comunidad, desde nuestro punto de vista filosófico, la tierra tiene para el runa andino una gama de ricas acepciones y connotaciones, por lo que hablar de tierra como sustantivo, para el mundo indígena es el globo terráqueo, el mundo, el planeta, especio de vida, universo y estratificación del cosmos, pero si nos referimos específicamente, a la tierra como base de la vida, el hombre andino utiliza la expresión pachamama. Decir pachamama es decir madre tierra, es hablar de la base fundamental de la vida de los indígenas, espacio donde él se constituye como hombre, donde su humanidad es primero en cuanto hombre productivo ligado a la tierra, con una economía agrícola comunitaria, que supone formas de gobernabilidad horizontales, descentralizadas y plurinacionales. En cuanto hombre de religión ligado al mito, donde la naturaleza deviene animada y parte irrevocable del él mismo, relación que se presenta mediada por la magia y por último como hombre de conocimiento, donde la tierra se presenta como el universo ordenado y dialéctico del tiempo y el espacio donde la tierra y el hombre son uno solo.

En la visión indígena la diferencia entre tierra y territorio, radica en que la primera es el todo vital donde su vida acontece y territorio es el espacio especifico donde se asienta y construye su cultura, desmintiendo así concepciones estrechas que hacen de la categoría tierra el pedazo de terreno donde cultiva el campesino, concepciones que no alcanzan a entender, que la cosmovisión indígena no podría explicarse de manera aislada y fraccionada pues su punto paradigmático sobre el cual se levanta todo conocimiento es el todo, es el universo, es la TIERRA.

* Estudiante de Sociología del Pueblo Pansaleo


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