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Boletín ICCI
"RIMAY"

Publicación mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas.
Año 3, No. 24, marzo del 2001

Editorial

Significaciones del levantamiento de febrero del 2001


1.- Otra mirada se perfila?

La sociedad ecuatoriana tiene un reto: aquel de empezar a escucharse a sí misma, aquel de mirarse en el rostro de su historia y reconocer su memoria, su pasado, que también es presente y posibilidad. Saber que su historia no se inicia con la fundación de una república de forma burguesa, ni que sus posibilidades se agotaron con sus héroes de museo.

Conocer y re-conocer la diversidad de pueblos, de culturas, de historias, que la conforman. La sociedad ecuatoriana debe dejar los fantasmas del pasado, debe olvidar los prejuicios del racismo, y empezar a construir un mundo más acorde con el nuevo milenio.

Es cierto que una tarea de este tipo acarrea cambios significativos en sus discursos, en sus prácticas cotidianas, en sus rituales políticos y sociales. Es cierto también que puede observarse un cambio profundo entre la forma por la cual la sociedad asumía el levantamiento de 1990, con aquel de febrero del 2001, que hace presumir de que algo ha cambiado en nuestra sociedad, algo fundamental y de enorme importancia.

En efecto, cuando se produjo el levantamiento de 1990, el periódico El Universo, de la ciudad de Guayaquil, por ejemplo, editorializó de la siguiente manera: "Los últimos alzamientos y las formas de protesta de los grupos indígenas merecen varias acotaciones. Entre otras cosas coinciden con la proximidad de las elecciones y de allí la sospecha ... de que hay de por medio maniobras procedentes de elementos políticos" (1).

Asimismo, el Director Nacional de la Izquierda Democrática, partido de gobierno de ese entonces, manifiesta por su parte que: "algunas comunidades indígenas son manipuladas políticamente por conocidos agitadores ... que buscan a toda costa, desestabilizar la democracia en el país a través de un manto de violencia" (2). Incluso, el presidente de aquel entonces, el socialdemócrata Rodrigo Borja, no podía creer que los indios se hayan levantado justamente durante su periodo de gobierno. "Quiero decirles a los campesinos de mi Patria, , a los comuneros de todo el país, expresó Borja a la prensa oficial, que en 500 años ningún gobierno en la época republicana, ni en la Colonia, ha hecho tanto por resolver los problemas de las comunidades indígenas, como lo ha hecho mi gobierno" (3).

Indios "manipulados", "desagradecidos", que "buscan desestabilizar la democracia", que han generado un movimiento que obedece a "oscuros intereses", entre otras frases, fueron las expresiones con las cuales se calificaba, registraba, encasillaba y codificaba al movimiento indígena. Expresiones que revelan una forma de mirar y una forma de actuar. Es una mirada que hace referencia al sistema hacienda. A relaciones de poder feudales, y en las cuales el indio no era siquiera reconocido en su condición ontológica de ser humano.

Una mirada que había construido significaciones culturales y simbólicas alrededor de la idea de lo "indio" que remitían casi necesariamente a la humillación, al fracaso, a la derrota, a la miseria. Para una sociedad que ha hecho de la ideología del éxito un leit motiv para condicionar toda su estructura de valores, lo "indio" estaba de plano descartado de sus coordenadas de valoración positiva. Desechar lo "indio" y conformarlo como la antítesis a su ideología del éxito, era condición indispensable para alcanzar la "modernidad", el "progreso", el "crecimiento".

Dada esa ideología, reconocerse como indio era (ży aún es?), casi un acto de heroísmo. Era reconocer de antemano que no se tenía ninguna posibilidad dentro de la sociedad en la que se vivía. Hablar quichua o cualquier otro idioma indígena, significaba cerrarse las posibilidades de una vida digna. Vestir de manera diferente era exponerse al escarnio público. La sociedad no entendía cómo era posible que esos pueblos se aferren al pasado cuando era en el futuro, aquel del progreso y del desarrollo, en donde estaban todas las posibilidades. Había que apostar por el desarrollo, el crecimiento, la modernidad, dejando atrás la rémora de la cultura, la tradición, tal es el núcleo de la ideología dominante.

Una década después, la sociedad ecuatoriana empieza a mirar de otra manera a los indios, y empieza a mirarse a sí misma, y en ese mirada se descubre, se re-encuentra. Se constata como una amalgama compleja de identidades y diferencias. No basta solo con desconocer y rechazar a los Otros, porque en definitiva se está rechazando la posibilidad de conocerse a sí mismo, se trata ahora de comprender porqué se ha producido ese distanciamiento, qué condiciones históricas fueron estructurando esa mirada hecha de exclusión, autoritarismo, violencia. Se trata de cambiar. Pero es un cambio profundo que implica la transformación de los imaginarios simbólicos, de los referentes culturales, de todos los constructos de la ideología dominante. Un cambio que atraviesa todas las dimensiones de la sociedad, su política, su economía, sus instituciones, sus códigos, sus normas.

A partir del levantamiento de febrero del 2001, se empieza a consolidar una nueva imagen, y nuevos imaginarios colectivos sobre lo indio y lo indígena. Ahora lo indio no remite necesariamente a la derrota. La sociedad comprueba asombrada que los indios tienen un nivel organizativo que puede llegar a estremecer a las estructuras de poder. Comprueba que tienen un proyecto político. Que tienen identidad y que esa identidad actúa como un sistema de reconocimiento que da solidez, coherencia y proyección a sus demandas.

Es indicativo, por ejemplo, como la prensa nacional habla de los indios, a partir del último levantamiento. A nadie, incluso a los editorialistas o articulistas más recalcitrantes en reconocer créditos políticos al movimiento indígena, se le ocurre decir que los indios son ahora sectores "manipulados", ni que obedecen a "oscuros intereses". Tampoco que ellos son "desagradecidos". Se trata, en su mayor parte, de editorialistas y articulistas que vivieron el levantamiento de 1990 y que ahora constatan de manera diferente a los indios y su movimiento organizativo. Se constata a partir de allí, la emergencia de una nueva visión, de una nueva mirada sobre lo indio, que da cuenta de esas transformaciones, que de tan cotidianas parecen intrascendentes, pero que en realidad constituyen los procesos sociales de transformación y cambio histórico más importantes que una sociedad pueda experimentar

El proceso de visibilización que empezó en 1990, ha generado una nueva visión. Ahora la sociedad en su conjunto reconoce al movimiento indígena como un actor social legítimo. Existe ahora la conciencia de que los indios no son un "problema" ni una "cuestión" a ser debatida desde el paternalismo, el asistencialismo, o el racismo. Son parte de la estructura y matriz cultural, ideológica y simbólica de toda la sociedad. Su presencia ratifica nuestra presencia, de la misma manera que su ausencia implicaba una ausencia real de la sociedad en el reconocimiento de su historia.

2.- El resquebrajamiento de la ideología de la dominación étnica

De aquel levantamiento indígena de 1990, al levantamiento de febrero del 2001 media un largo y complejo proceso que va desde la visualización histórica a los indios, a su cultura y sus organizaciones, a la constitución de un sujeto político con capacidad de redefinir los contenidos del poder y los escenarios de la política nacional.

Después de una década, la sociedad ecuatoriana, sus estructuras ideológicas, sus imaginarios simbólicos, sus instituciones, sus normas de procedimiento, sus relaciones de poder, etc., han tenido que rendirse a la evidencia de que para el futuro deberán contar con los indios, deberán tratar de entender su complejo y difícil entramado organizativo, deberán conocer las significaciones particulares de sus culturas.

Es una demanda bastante difícil para una sociedad que siempre se acostumbró a mirar a los indios como permanentes menores de edad, y que hizo del racismo uno de los elementos básicos de su estrategia de dominación. La ideología oficial de la dominación étnica pudo construir alrededor de la idea de lo indio un universo cargado de significaciones negativas, incluso peyorativas. Es esta ideología construida a los largo de siglos la que empieza a resquebrajarse desde la década de los noventa.

No significa que la sociedad ecuatoriana haya cambiado sus hábitos con relación a los indios, no significa tampoco que el racismo haya sido abolido de las prácticas cotidianas, ni implica que la sociedad asuma de una manera abierta, democrática y libre, la posibilidad de conocer la diferencia y relativizar los patrones de su cultura dominante para aceptar como válidos los referentes de otras culturas.

Pero es evidente que esa estructura ideológica y simbólica de poder y dominación, que asemejaba al appartheid, ha empezado a resquebrajarse. Quizá la ruptura de los imaginarios simbólicos que las sociedades construyen sobre diversos aspectos de su vida cotidiana, de sus práticas y rituales, sea una de las tareas históricas más complejas que pueda llevar adelante un grupo humano. Se pueden cambiar instituciones de tipo económico, de tipo social, cultural, pero aquel cimento ideológico, que se adecúa a las estructuras del poder, que se imbrica con significados y referentes que solo pueden ser entendidos dentro de un contexto de dominación, de subordinación, de control, quizá su cambio sea más difícil, más complejo.

En ese sentido, esta década muestra cambios de profundidad histórica. Y quizá sea el reciente levantamiento indígena aquel que se haya constituido como un punto de referencia para comprender la sociedad que emergerá a futuro. Y quizá sea este reciente levantamiento indígena el más significativo a nivel histórico por una serie de razones, entre las que pueden señalarse:

La emergencia de un nuevo tipo de organización social representada por el movimiento indígena, en el cual se dan procesos que la sociedad empieza a procesar como alternativos a su institucionalidad vigente, como son aquellos de la necesidad del diálogo y el consenso para resolver los conflictos, los criterios de reciprocidad en el campo económico, el trabajo comunitario (la minga), los criterios de solidaridad, la continua fiscalización hecha desde la comuna a sus dirigentes, etc.

El reconocimiento y la percepción por parte los actores sociales, de que dadas las actuales condiciones políticas y la estructura de poder, la única manera de convertirse en contrapoder efectivo es desde posiciones de fuerza, lo que a la larga debilita a las instituciones, genera un clima de tensión constante, radicaliza el conflicto y perjudica la construcción de la democracia. Ello expresa la fragilidad y vulnerabilidad del sistema vigente. De ahí la necesidad urgente de transformar radicalmente el sistema político, sus instituciones, sus procedimientos, sus prácticas, al igual que es urgente transformar su sistema económico, bajo criterios de equidad, justicia redistributiva, sustentabilidad y respeto. Es decir, reconocer que las demandas y propuestas que el movimiento indígena ha hecho al país, no solo son pertinentes y necesarias, sino también legítimas y justas.


Notas

1. El Universo, 06-06-90

2. El Expreso, 06-06-90

3. "Agitadores pretenden dividir la Patria: Borja en Santo Domingo", El Universo, 07-06-90


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