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Boletin ICCI ARY-Rimay
Boletín ICCI-ARY Rimay, Año 10, No. 114, Septiembre del 2008

Editorial

El poder por herencia aristocrática se desestabiliza en latinoamérica


Desde 1830 aproximadamente, el gobierno de los Estados nacionales latinoamericanos, ha transcurrido en una especie de convenio silencioso, entre las oligarquías liberales, ligadas a una autonomía de mercado y las oligarquías conservadoras de tinte aristocrático, estamentos sociales que han cimentado su poder económico, gracias a las rentas de los grandes latifundios, donde la explotación de indígenas, campesinos, gauchos, huasos, llaneros, guajiros, rancheros y vaqueiros, cualquier nombre que se le quiera dar a los trabajadores del campo de Latinoamérica, ha sido histórica y permanente.

El poder heredado o transmitido en primera instancia a través de la encomienda, a quienes en tiempos de la independencia, se solían llamar hijos de la patria, y que en tiempos heroicos, como cuenta la historia republicana de “nuestros Estados nacionales” les tocó enfrentar militarmente a sus raíces blancas, o como dirían nuestros abuelos, les tocó enfrentar a sus propias raíces para arrebatarles el poder político, hoy se muestran temerosos frente al gobierno del hermano Evo Morales, presidente de Bolivia.

El temor de perder su poder en el control productivo, extractivo y comercial de la riqueza que genera y pueden generar los recursos naturales y poblacionales, les empuja a utilizar cualquier mecanismo para mantenerlo:

Utilizan nuestros idiomas, nuestros símbolos, para crearnos imaginarios de pertenencia y de compromiso popular e indígena, muestra de ello es el Ecuador de hoy; es histórico, halagador y de avanzada que un presidente se dirija a su pueblo en Kichwa, pero significa desprecio a los hablantes, cuando para el mandatario, este idioma solo representa al 3% de su población.

También hacen uso de la tan ansiada equidad de género; en ningún momento, es digno que tengamos dos mujeres gobernado parte del territorio latinoamericano, por sentido político, decir que el problema de la mala distribución de la riqueza, no se solucionará con una mujer en el ejercicio del poder, peor aún cuando estas mujeres responden a intereses de una minoría histórica, que han gobernado amparados en la libertad de mercado y de acumulación, libertad donde el indígena y el negro, ya sea como obrero o como campesino, solo ha significado fuerza de trabajo generadora de grandes capitales. El problema de la inequitativa distribución de la riqueza no es una cuestión de género, es un problema de estructura social construida sobre la explotación del trabajador, sea éste hombre o mujer, indígena negro o blanco.

Otro mecanismo muy poderoso y efectivo es la lucha contra la corrupción. Eliminar a los corruptos es la nueva teoría que sostendrá una sociedad justa y equitativa, de ésta máxima hacen uso los nuevos “políticos independientes” argumentado que el desarrollo de una nación está en la aplicación de los derechos ciudadanos como: la rendición de cuentas, el acceso libre a la información y la participación ciudadana.

La realidad de América Latina en relación a la corrupción es alarmante según análisis del Banco Mundial, sobretodo en los países como Haití, Venezuela y Ecuador, países que son los campeones en este campo; dando a la práctica corrupta todo el mérito del subdesarrollo y la barita mágica que nos condena a la pobreza y a la dependencia económica.

No se queda atrás la estrategia de la partidocracia, por cierta puesta de moda en nuestros países. Entendemos que la práctica burocrática de los partidos políticos en el Estado, ha sido secuestrada por los partidos políticos de las oligarquías aristocráticas de Latino América, que se han legitimado en el poder de cualquier manera, en función de defender sus intereses, utilizando la ingenuidad política y espontánea de la ciudadanía.

Dignos estudiantes de Nicolás Maquiavelo a la hora de mantener el poder; pero cuando alguien del Pueblo, indígena, sindicalista, obrero consciente de sí y para sí, militante de un partido de izquierda, el hermano Evo Morales, presidente de Bolivia, alcanza el poder respaldado por el pueblo indígena, obrero y campesino; a ésta aristocracia temerosa de perder el poder, no le sirve ya sus discursos o tácticas, reconocidas como legales en los Estados uni-nacionales creados a inicios del siglo XIX. La esperanza que guardaron a un posible derrocamiento del Hermano Evo Morales, argumentando “rupturas en la institucionalizada democracia de Bolivia” argumentos que quedaron deslegitimados con los resultados del referéndum convocado por prefectos opositores al régimen, se les ha esfumando.

El 67,41% de los ciudadanos bolivianos, legitimaron al Presidente Evo Morales en su gestión, gobierno que después de demostrar su legitimidad llamó a sus opositores al diálogo, a la paz, porque para los runas de América india, tener el poder no es abusar de él, mucho menos velar solo para los intereses del grupo al que representa, es trabajar por todos, máxima que lamentablemente significa para quienes siempre han tenido el poder a su favor, pérdida de favoritismos económicos, que para nada les gusta.

Se le esfumó la posibilidad de derrocar a un presidente indígena, desde la práctica del divide y vencerás, reactivando elementos de autonomía que solo beneficiarán a las familias aristocráticas regionales, que aun perviven desde la época colonial y que si hurgamos más en la historia, nos daremos cuenta que fueron ellas precisamente, las que terminaron con el sueño de una gran nación, capaz de enfrentar a los imperios que hasta hoy nos tienen sometidos económicamente.

El llamado al diálogo, luego de la derrota derechista y opositora, no les importó, al contrario fortalecieron sus deseos autonómicos, convocando prácticamente a una desobediencia civil y a una abierta confrontación desestabilizadora; sin embargo, a pesar de sus llamados, de su grandes inversiones en medios, de ofrecimientos de mejoras regionales, gracias a los recursos naturales que las regiones opositoras tienen a su favor, las ideas de fraccionamiento no se acuñan en el pueblo boliviano. El pueblo está consciente que la lucha de la oposición solo responde a sus intereses, al miedo que significa perder el poder en manos de un Runa, un hombre común del pueblo, que no es heredero de las familias notables de inicios del siglo XX.

Este miedo los ha llevado a utilizar el terror abiertamente, la masacre iniciada el 11 de septiembre, en la ciudad de Cobija, capital del departamento de Pando, dirigida por su prefecto Leopoldo Fernández, confirma su desesperación.

Tal violación a los derechos humanos, a la soberanía interna, a los hermanos que entregaron su vida en esta masacre, no solo es obra de las familias aristocráticas opositoras de Bolivia, enseñadas a vivir de la explotación del trabajador, del campesino, de los pueblos indígenas y de las rentas que les significa los recursos naturales que poseen los “5 departamentos en oposición”, es también la acción terrorista de las oligarquías latinoamericanas y el impero americano, que se muestran temerosas, frente a los cambios que está viviendo en Latinoamérica, no solo a nivel Estatal, como es el caso de Bolivia, con el hermano Evo Morales como su presidente, son los cambios que en el pueblo se está viviendo. Existe una organización de pueblos y de sectores sociales y populares cada vez más fuertes.

El aparecimiento de los runas en el escenario político de Latinoamérica asusta, el surgimiento de nuevas propuestas de gobernabilidad y de distribución de la riqueza en una Latinoamérica que hoy se sabe indígena, mestiza y obrera, es un peligro para quienes levantaron estados nacionales sobre los intereses de familias acriolladas, que se han ido heredando el poder durante 178 años de república.

Alerta entonces, los cambios, las rupturas históricas están signadas de sangre, si no fuera así, no estaríamos hablando de nuestra lucha, que exige cambios estructurales, que se legitimarán a largo plazo en sistemas de nuevas formas de legalidad, pero que por los cambios que estos significan económicamente, tendrán que pasar por violentos enfrentamientos que promuevan y financien los que siempre han tenido el poder.

Lo que vivió Bolivia el 11 de septiembre es una muestra de ello, que la pérdida de vidas humanas no nos amilane frente a la tarea de construir sociedades pluriculturales, interculturales y Estados plurinacionales, sin la fatalidad de la pobreza y de la riqueza acumulada en muy pocas manos.


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